En mí no falta el lugar para acogerlos, pero ustedes, en cambio, tienen el corazón estrecho. Páganos con la misma medida. Les hablo como a hijos: también ustedes ensanchen su corazón.
2 Corintios 6,12-13
Es como si, a través de las palabras del apóstol, Dios mismo nos estuviera hablando. Es como si el Padre que corre a abrazar al hijo pródigo, el Padre que nos ama incondicionalmente y cuyo corazón tiene lugar para ti y para mí, nos estuviera hablando. Al mismo tiempo, el apóstol nos presenta un espejo en el cual vemos el reflejo de nuestras propias vidas. ¿Por qué a veces tengo un corazón tan egoísta? ¿Por qué me resulta tan difícil vivir como pretendo ser: un hijo o una hija del Dios Padre?
Siempre he tenido dudas sobre esto: en nuestras comunidades de fe, a veces encontramos más corazones duros, más egoísmo y más juicio hacia los demás que en el mundo en general. La brecha entre lo que predicamos y confesamos y lo que vivimos a diario es tan grande que, sin darnos cuenta, transmitimos un testimonio negativo. Esto refleja todo menos la presencia de Dios y su amor en nuestro mundo.
Es precisamente lo que el apóstol Pablo observa en la comunidad de Corinto. Por esta razón, hace todo lo posible por abrir sus ojos y tocar sus corazones, y el «espejo» es una herramienta efectiva: aunque puede ser un poco borroso, no miente.
Hoy, al finalizar una semana en la que hemos experimentado momentos buenos y no tan buenos, podríamos hacernos la siguiente pregunta: ¿estoy satisfecho con la manera en que me relacioné con los demás y con el mundo? ¿Qué veo cuando me miro en el espejo?
“Señor, tú eres mi justicia así como yo soy tu pecado. Has tomado sobre ti todo lo que soy y me has dado y cubierto con todo lo que tú eres. Tomaste sobre ti lo que tú no eres y me diste lo que yo no soy.” (Martin Lutero)
Reiner Kalmbach