Te estoy enviando a un pueblo obstinado y terco, al que deberás advertirle: “Así dice el Señor omnipotente”. Tal vez te escuchen, tal vez no, pues son un pueblo rebelde; pero al menos sabrán que entre ellos hay un profeta.
Ezequiel 2,4-5

Supongo que al igual que yo, tú también tienes algunas personas que podrían considerarse “tóxicas”, como se dice comúnmente, a quienes ya has mandado a freír churros o al menos te gustaría hacerlo. Por ahora, te conformas con saber con qué tipo de personas estás tratando. Y son estas personas a las que empiezas a tratar con desdén, falsa amabilidad y sarcasmo.
Y al igual que yo, es probable que sientas remordimiento cada vez que los mandas a freír churros, cada vez que quieres hacerlo, o cada vez que los tratas de esa manera. Lo sé, es terrible caer una y otra vez en esos patrones que no concuerdan con el mandamiento de amar incluso a nuestros enemigos. ¿Será porque somos un pueblo obstinado, terco y rebelde?
Me horrorizo al no estar a la altura de las exigencias del buen Jesús y su Sermón del Monte. Pero lo que es aún más grande que el horror que siento hacia mí mismo, es la admiración de cómo Dios maneja lo que nosotros llamamos «personas tóxicas». Dios sabe muy bien con qué tipo de personas trata, y a pesar de ello, insiste y envía mensajeros de su justicia, misericordia y fidelidad.
Dios tendrá toda la razón de mandarnos bien lejos a freír churros y, en cambio, a través de sus profetas, prepara el camino de aquel que dice: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana” (Mateo 11, 28-30).

Michael Nachtrab

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