Vivían en este mundo, sin Dios y sin esperanza. Pero ahora, unidos a Cristo Jesús por la sangre que él derramó, ustedes que antes estaban lejos están cerca.
Cristo es nuestra paz. (…) Él (…) los reconcilió (a los pueblos) con Dios, haciendo de ellos un solo cuerpo.
Efesios 2,12b-16

Leo este texto y me pregunto: ¿Por qué aún persisten las guerras y las divisiones en las familias, las rivalidades entre personas de diferentes lugares del país?
Entonces recuerdo las palabras de Jesús: “El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón. Porque de lo que abunda en su corazón habla su boca” (Lucas 6, 45). Y no solo habla, sino que también actúa.
Nuestra fe nos capacita para vivir con la esperanza de que todos aceptemos a Jesús en nuestros corazones y podamos seguir sus huellas en la construcción del Reino de Dios aquí entre nosotros. Deseamos que la paz sea más que un anhelo, que sea una realidad visible y palpable. Reconocer que la gloria no nos pertenece, sino a Dios, es el primer paso importante para permitir que Él actúe en nuestras vidas.
Todos unidos, formando un solo cuerpo,
un pueblo que en la pascua nació,
miembros de Cristo, en sangre redimidos,
Iglesia peregrina de Dios.
Vive en nosotros la fuerza del espíritu,
que el Hijo, desde el Padre, envió,
Él nos empuja, nos guía y alimenta,
Iglesia peregrina de Dios.
Somos en la tierra,
semilla de otro reino,
somos testimonio de amor.
(Canción: Iglesia Peregrina, de Cesáreo Gabaráin)

Patricia Roggensack

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