Por eso, ya no deben mentirse los unos a los otros. Todos nosotros somos miembros de un mismo cuerpo, así que digan siempre la verdad.
Efesios 4,25

¡Qué texto tan impactante! A través de su sacrificio en la cruz, podemos dejar atrás las malas costumbres y todo aquello que nos causa daño. Sin embargo, ¿cómo logramos abandonar nuestros malos hábitos como mentir, robar y enojarnos? No negaré que no es una tarea sencilla.
¿Alguna vez te has cuestionado por qué nuestra sociedad está tan plagada de mentiras, odio, violencia e indiferencia? Cada día estoy más convencido de que falta establecer límites adecuados, tanto en el entorno familiar como en la educación de nuestros hijos. Los docentes, cada vez más, temen corregir a sus alumnos debido a posibles represalias por parte de los padres. Todo esto contribuye a una sociedad carente de respeto y amor.
Enseñando a los niños a respetar a los demás y a no tocar lo que no les pertenece, podríamos prevenir el comportamiento de los ladrones. Al inculcarles la importancia de la cultura del trabajo y el respeto por el esfuerzo de los demás, podríamos reducir la ambición y encontrar satisfacción en lo que tenemos, lo que nos permitiría vivir de manera plena y también ayudar a quienes lo necesitan, como los enfermos, por ejemplo.
Si desde pequeños aprenden a decir la verdad, brindándoles confianza para que se expresen en lugar de reprenderlos, podríamos evitar que nadie mienta a su prójimo.
O cuando nos enojamos, debemos aprender a respirar profundamente, reflexionar y luego actuar. Si culpamos a los demás y gritamos por cualquier motivo, eso solo trae desgracia y conflictos en el hogar. El enemigo es rápido y furioso, y entra para destruir todo lo que encuentra.
En este mundo hace falta que Cristo reine en los hogares. Debemos hablar más de Jesús, llevar a nuestros hijos con mayor frecuencia a la Iglesia, enseñarles a orar y a leer la Biblia, así como a poner en práctica sus enseñanzas. Desde esta perspectiva, podemos empezar a vislumbrar un cambio en el rumbo de la humanidad.
Dios te acompañe y bendiga.

Wirlene Schmechel

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