Mi salvador está cerca de mí.
Isaías 50,8a
Cuando por diversas razones nos alejamos de nuestros seres queridos durante un período prolongado, las distancias parecen aumentar. La cercanía implica compartir el mismo espacio y tiempo, por lo que cuando esto no ocurre, todo nos parece distante.
El encuentro con una persona querida después de no haberla visto por un tiempo produce una gran alegría, alterando nuestra rutina diaria y nuestra forma de enfrentarla.
En muchas ocasiones se asocia a Dios con el cielo, como si ese fuera su lugar natural, lo que puede hacer que a veces lo sintamos distante. En este contexto, recuerdo una pregunta de mi hijo: “Papá, Dios también está en nuestro corazón, ¿verdad?”. Mi hijo sentía la necesidad de que Dios no fuera algo abstracto y distante, sino algo concreto y cercano. Al señalar su pecho, le daba presencia al Salvador.
Por eso, cuando no me siento bien, recuerdo que Dios puede estar no solo a mi lado, sino dentro de mí, así como en las demás personas que, al igual que mi hijo, tienen el poder de cambiar nuestro día, nuestro ánimo y nuestra perspectiva.
Dios no está lejos; nos acompaña en cada paso que damos, en cada situación que nos abruma y en cada momento que nos llena de alegría y nos realiza. Él es quien obró nuestra salvación a través de la muerte y resurrección de su hijo Jesucristo y continúa salvándonos en medio de esta realidad desgastada. El cielo solo debería recordarnos que Dios, el Salvador, no está allá, sino aquí, compartiendo tiempo y espacio en nuestro hermano, en nuestra hermana, en mí y en la comunidad.
“Dios está aquí, tan cierto como el aire que respiro, tan cierto como la mañana se levanta, tan cierto como que le canto y me puede oír” (Canto y Fe N° 94)
Joel A. Nagel