Mientras Cristo estuvo viviendo aquí en el mundo, con voz fuerte y muchas lágrimas oró y suplicó a Dios, que tenía poder para librarlo de la muerte; y por su obediencia, Dios lo escuchó.
Hebreos 5,7
Jesucristo puede simpatizar con nosotros, pecadores que también recurrimos a nuestro Padre en oración y lágrimas a lo largo de nuestras vidas. En este versículo esto se infiere en razón al tiempo que Jesús pasó entre los hombres, transitando sobre la tierra, el tiempo de su ministerio personal, que lo hicieron vivir y sentir como cualquiera de nosotros. Contamos con el amor, la comprensión y la empatía de Jesucristo.
Y, al igual que nosotros, en su momento más bajo, ante la inevitable muerte y dolor, Jesús oró y suplicó a Dios para que lo liberara de dicha muerte, y por su obediencia, Dios lo escuchó.
Mediante la oración y la búsqueda de Dios en nuestro corazón cada día, nuestra fe crece. Cada vez que reconocemos y agradecemos a Dios por su ayuda, nuestra fe crece y se fortalece. Pero la fe también se desarrolla y crece cuando actuamos de acuerdo con ella.
Los dones que Dios nos brinda se fortalecen cuando los ejercemos y compartimos con el prójimo de manera desinteresada y desde el corazón, cuando obedecemos sus mandatos y ponemos su Palabra en práctica.
No debemos olvidar que creer en Dios, es, ante todo, confiar en su amor infinito hacia nosotros. ¡Dios está con nosotros y oye nuestras súplicas!
Karina Arntzen