Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos pareció que estábamos soñando. Entonces nuestra boca y nuestros labios se llenaron de risas y gritos de alegría; entonces los paganos decían: “¡El Señor ha hecho grandes cosas por ellos!” Sí, el Señor había hecho grandes cosas por nosotros, y estábamos alegres

Salmo 126,1-3

El texto nos relata que los israelitas, al regresar a su tierra, a la tierra de sus padres, se sentían como si estuvieran en un sueño, un sueño que solo Dios pudo cumplir, ya que parecía imposible que un imperio como aquel en el que estaban cautivos les permitiera ser libres y regresar a su nación.
Siempre que entendemos que Dios nos ha liberado, traerá alegría a nuestra vida y nuestra boca solo querrá cantar y alabar al Dios que nos liberó. Nuestra conducta cambiará, sorprendiendo a las personas que nos rodean por lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. Y no solo los demás notarán los cambios en nuestra vida, sino que también nosotros mismos los veremos y daremos testimonio. Eso hace que estemos alegres y satisfechos.
Creemos, observamos y, como resultado, las cosas que suceden inevitablemente llenan nuestra boca de risa, alabanza, gozo, celebración, emoción y triunfo. Esto es lo que acompaña a la verdadera vida de fe.
Ser libre al fin, ya sea de Babilonia o del pecado y la muerte, es una experiencia de intensa alegría.
Y las personas lo ven. Ellos también se sorprenden de lo que Dios es capaz de hacer. De cómo muda la tristeza en victoria, de cómo convierte a un cautivo en un feliz creyente. ¡Publica tu gozo, expresa tu fe, no calles! Que el mundo vea que tienes a un Dios grande. Grande de verdad.

Karina Arntzen

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