Viernes 1 de noviembre

Todos los Santos

Jesús le contestó: —¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios?

Juan 11,40

Hace cuatro meses, Martín recibió el diagnóstico y cuando Susanne preguntó al médico por las expectativas, no le dio ninguna respuesta. Era un diagnóstico incurable. Durante esos cuatro meses, Susanne lloró mucho y cuestionó tanto su fe como su relación con Dios. Como pastor, acompañé a Susanne y Martín durante este tiempo, pero en muchas ocasiones me quedé sin palabras.
¡Cuánto anhelamos que Dios haga un milagro en situaciones como esta! ¡Cuánto anhelamos un milagro como aquel que nos relata el evangelista en la historia de Lázaro! Sin embargo, en la mayoría de los casos compartimos la experiencia de Susanne y Martin, similar a la de Marta al comienzo de la historia: El milagro no ocurre y solo nos queda el dolor.
En la historia de la resurrección de Lázaro, la biblia abre por un momento esta cortina oscura de dolor y muerte y deja entrar algo de la luz y de la vida de Dios a nuestro mundo. Tanto el credo apostólico como el día de Todos los Santos nos recuerdan que nuestra fe en Cristo y nuestra vida con El no terminan en la tumba. Nos recuerdan que, por la gracia de Dios, él nos hace santos en su hijo y con todos los santos, es decir con todos los que confían en Cristo, recibimos la promesa que Jesús da a Marta; la promesa que detrás de aquella cortina oscura de la muerte nos esperan la vida y gloria de Dios. Esta es nuestra esperanza.

Marcus Garras

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