Jueves 21 de noviembre

Seguí mirando, y en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo una figura humana, que se acercó al anciano y fue presentada ante él. Le dieron el poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Daniel 7,13-14.

Dentro de los libros que conforman el Antiguo Testamento, Daniel es el único reconocido como de naturaleza apocalíptica. Su propósito es infundir ánimo y mantener la esperanza y la fe del pueblo judío en medio de la intensa persecución y violencia impuestas por Antíoco IV. Con este fin, el libro proclama un mensaje fundamental: el verdadero poder, aquel que prevalece por sobre todo, pertenece a Dios.
Los reinos, imperios, soberanos y emperadores luchan entre sí, caen y son sucedidos por otros. Aquellos que ostentan el poder a menudo creen ser los protagonistas de la historia, al mismo tiempo que demandan reconocimiento, aceptación, reverencia y temor, como si fueran dioses.
El libro de Daniel proclama que la persecución y el poder de Antíoco son efímeros, y que únicamente el Señor es quien dirige la historia y asegura la vida humana y de toda la creación.
Por eso no hay que temer, porque en Dios hay esperanza.
¡Qué necesarias son estas palabras de las Escrituras en nuestros días! Los que en la actualidad acumulan riqueza y poder en este mundo actúan como si fueran dueños de las vidas humanas y de toda la creación. Imparten sus destructivas dinámicas aprovechando la credulidad de aquellos que aceptan su dominio y confían en su voluntad.
Pero allí no hay vida ni esperanza.
Porque solamente el Señor es Dios y en Él debemos depositar nuestra confianza. Ahí está la verdadera esperanza. Amén.

Leonardo Schindler

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