Estoy seguro de que Dios, que comenzó a hacer su buena obra en ustedes, la irá llevando a buen fin hasta el día en que Jesucristo regrese.
Filipenses 1,6
Nuestra vida como creyentes en Jesucristo se desenvuelve en la tensión entre lo que ya es y lo que está por venir. Vivimos a partir de la promesa de Dios en Jesucristo, quien habitó en medio de nosotros, y, a su vez, aguardamos el fin de los tiempos, cuando Jesucristo regrese y la verdad, la justicia y la paz se manifiesten plenamente. Con ese horizonte ante nuestros ojos, que alimenta nuestra esperanza, vivimos nuestra fe en el día a día, en los lugares donde nos toca vivir y frente a los desafíos que la vida nos presenta.
Es significativo que el apóstol Pablo mencione que la buena obra de Dios comenzó en las personas, hombres y mujeres, que se reunieron alrededor de la Palabra y los Sacramentos. Esto significa que la obra salvífica de Dios en este mundo no es una acción ajena al ser humano, sino todo lo contrario.
Todos nosotros y nosotras, independientemente de la complejidad o sencillez de nuestra existencia, formamos parte del plan de Dios. Este proyecto de misericordia y salvación de Dios para el mundo nos incluye como seres humanos. Este hecho otorga a nuestra vida una importancia y trascendencia enormes. No es indiferente cómo vivo mi vida; al contrario, ser una persona que irradia amor, vive el perdón, es una luz en el camino para otros y se guía con verdad y misericordia es crucial, porque es junto a nosotros y nosotras que este camino se construye. Ser parte de la misión de Dios de esta manera es un hermoso regalo y una gran responsabilidad.
Sonia Skupch