Miércoles 18 de diciembre

Ahora el Señor deja a los suyos, pero solo hasta que dé a luz la mujer que está esperando un hijo

Miqueas 5,3

El plan de Dios para la humanidad es de salvación, y cuenta con la participación de toda persona de buena voluntad, dispuesta a amar y con fe sincera, entre otras actitudes.
Es tiempo de Adviento, un tiempo de espera sorprendente. Dios obra desde los pequeños márgenes de la historia, desde la pequeña Belén, desde la mujer que da a luz la vida de un hijo o hija. Dios se empeña en habitar en lo pequeño y no en los hombres de poder, quienes son denunciados por el profeta como idolatras y explotadores, llenos de avaricia.
¿Quién de ellos podía pensar en la mujer y el niño como la esperanza de un nuevo amanecer, como un nuevo tiempo de paz y justicia? Dios es asombroso. No sé qué idea tendría el profeta sobre la mujer; quizás solo la veía como un mero cuerpo reproductor, tal como era considerada en el orden patriarcal. O tal vez la veía como una mujer luchadora, como lo enuncia el cántico de María siglos después, una mujer con conciencia social.
Mirar en profundidad para reconocer que sin la participación de la mujer luchadora y empoderada por el espíritu de Dios, no hay Adviento. Los evangelios también lo muestran cuando revelan que Jesús nació del cuerpo de María. La mujer que da a luz alberga la esperanza de una nueva vida.
En Adviento, lo pequeño se convierte en un instrumento de salvación, reflejando la mirada de Jesús y de quienes siguen su camino.
“Tú has venido a la orilla, no has buscado ni ha sabios ni a ricos, tan solo quieres que yo te siga” (Canto y Fe N° 282).

Norma Guigou

 

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