Por eso Cristo, al entrar al mundo, dijo a Dios: “No quieres sacrificio ni ofrendas, sino que me has dado un cuerpo”.
Hebreos 10,5
El autor de la carta a los Hebreos, de quien no sabemos su nombre, plantea una tensión respecto a la interpretación del sacrificio entre lo que ordena la ley religiosa y lo que dice Jesús.
La teoría del sacrificio es compleja. Hoy nos parece fácil aceptar que Dios no quiera reconciliarse con la humanidad mediante el sacrificio de animales y ofrendas a modo de pago para obtener el perdón de los pecados. En cambio se complica cuando, dentro de ese esquema, se entiende a la muerte de Jesús como sacrificio en el mismo sentido.
¿Cómo comprender que Dios necesita que se destruya el cuerpo de su Hijo Jesús para salvarnos y que se considere como “normal” para una gran mayoría? ¿Cómo no tener en cuenta las circunstancias históricas de su muerte en la cruz? ¿Qué mamá o papá podría exigir la tortura y la muerte de su hijo o hija para poder perdonar?
El cuerpo de Jesús, como lugar teológico de salvación y liberación de toda tortura, es pan de vida para compartir, para ponernos en relación con Dios redentor.
Adviento: la vida es un don de Dios. El cuerpo se prepara para nacer como celebración de la ternura y el abrazo de Dios en Jesús, quien ha venido para ofrecer su vida amando siempre y eternamente. Su Dios es amor. Solo basta amar. En la parábola del buen samaritano, nos enseña que quien ama ya está perdonado y salvado; el pecado es no amar.
Oh Dios, a través de tu amado hijo Jesús danos un corazón grande para amar.
Norma Guigou