Dios nos ha consagrado porque Jesucristo hizo la voluntad de Dios al ofrecer su cuerpo.
Hebreos 10,10
Jesús ofrece su cuerpo como un lugar de encuentro y consagración. En esta comunión, hay distintos modos de estar presente: tanto en el cuerpo que expresa su sufrimiento como en el cuerpo como un lugar de gozo y de compartir la vida.
La actitud de Jesús es la del cuidado, la sanación y la preservación. Dios se revela en el cuerpo doloroso, débil, violentado y en muchas otras formas; todas ellas expresan la ternura de su amor. Así como el cosmos es un cuerpo y tenemos parte del universo en nuestro cuerpo, tenemos la bendición de poder cuidar, proteger y defender la vida, oponiéndonos a toda injusticia que provoca sufrimiento y muerte.
Claro está que la vida consagrada, es decir, la vida de fe, implica vida corporal. El pensamiento dualista que separa el cuerpo del alma no tiene cabida en el modo de concebir la espiritualidad que nos propone el evangelio. En este sentido, Jesús al ofrecer su cuerpo como alimento fortalece la comunión, dando vida y resurrección. Nos guía y alimenta para la lucha colectiva que se compromete con la vida íntegra del prójimo.
En tiempos de Navidad, la mirada se posa sobre el bebé Jesús, una mirada de amor y de cuidado, extensiva a todos los cuerpos pequeños y vulnerados de todas las niñeces. Frente a tantos peligros, se hace comunidad con otros y otras para resistir y luchar, para cuidar y proteger, especialmente generando energías afectivas y espirituales.
Jesús, en tu cuerpo, como un pesebre de amor y protección, trataremos que cada niño y niña tenga su lugar junto a ti. Amén.
Norma Guigou