Cuando se siembra, la semilla tiene que morir para que tome vida la planta. Lo que se siembra no es la planta que ha de brotar, sino el simple grano, sea de trigo o de otra cosa.
1 Corintios 15,36-37
Venimos del polvo y al polvo volvemos. Somos sólo polvo de estrellas. Hay muchas metáforas que nos recuerdan que nuestro cuerpo es pasajero y que está conformado por nada más y nada menos que de los mismos minerales presentes en la tierra.
Esta idea de que no estamos separados de la tierra y que somos parte de ella, fue algo que me llevé como aprendizaje hace unos años cuando a partir de una experiencia ecuménica organizada por el Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI), pude estar conviviendo en un pueblo mapuche en el sur de Argentina. Allí pude descubrir que no tienen templo para adorar a Dios, porque toda la tierra es sagrada desde su propia definición como pueblo. “Mapuche” significa en mapudungun, la lengua mapuche, “gente de tierra” (mapu, tierra y che, gente).
En este texto bíblico podemos encontrar el mismo enfoque holístico de la redención, que abarca tanto lo espiritual como lo material. Nos llama a trabajar por la justicia y la restauración no sólo para los seres humanos, sino también para toda la creación, reconociendo que el mensaje de la resurrección tiene implicaciones profundas para nuestro cuidado del medio ambiente y nuestro compromiso con la sostenibilidad y la equidad. En última instancia, la resurrección de Cristo nos llama a ser agentes de esperanza y transformación en un mundo que anhela la renovación y la vida abundante para todas las criaturas
Oramos: Dios de la vida plena, que tengamos presente cada día que somos parte de la tierra.
Nicolás Schneider Iglesias