Sábado 22 de febrero

 

Cuando alguien muere, se entierra su cuerpo, y ese cuerpo se vuelve feo y débil. Pero cuando esa persona vuelva a la vida, su cuerpo será hermoso y fuerte, y no volverá a morir.

 

1 Corintios 15,43

 

Hablar de la resurrección es fundamental para nuestra fe cristiana. Creemos que Jesucristo resucitó.
En sus viajes misioneros, el apóstol Pablo se encontró con un gran desafío en la comunidad de Corinto. Aunque ellos creían en la resurrección de Cristo, no creían en la resurrección de los muertos. Para el pensamiento griego, la carne era considerada la cárcel del espíritu. Cuando una persona moría, la materia desaparecía y el espíritu regresaba a Dios, la fuente.
El desafío de Pablo era mostrarles que, además de la resurrección de Cristo, también existe la resurrección de las personas. No todo se acaba con la muerte. Pablo habló de la resurrección individual de cada persona. Con la muerte, la individualidad no desaparece. Lo complejo es determinar cómo será ese nuevo cuerpo.
Hace algunos años, una mujer con cáncer terminal me preguntó: “Pastor, en el credo dice que creemos en la resurrección de la carne. ¿Voy a resucitar con este mismo cuerpo?”.
Lo mismo le plantearon a Pablo en Corinto. Y, como es complejo explicar cuestiones de la fe, a veces los ejemplos ayudan. Pablo usó el ejemplo de la semilla de trigo. Ella muere como semilla para trans formarse en una planta. Aunque se convierte en algo diferente, no pierde su esencia de ser trigo.
“Zamba del grano de trigo, mañana yo he de ser pan, no le tengo miedo al surco, algún día he de brotar” (Canto y Fe número 59).

 

Juan Dalinger

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