¡El Señor es Rey! ¡Él tiene su trono sobre los querubines! Tiemblen las naciones, y aun la tierra entera.
Salmo 99,1
El rey David veía a Dios como un rey, una figura de gran poder ante quien las naciones y la tierra entera debían temblar. Alguien que está por encima de todo y de todos; una presencia terriblemente grande y santa.
En los tiempos bíblicos, identificar a alguien con un rey era lo máximo que se podía esperar, con todas las características que esto implicaba: valiente, poderoso, guerrero, conquistador, protector.
Con Jesús, encontramos una imagen de un Dios más benevolente: un Dios de amor que se entrega, busca, perdona y reconcilia. Aunque es poderoso, su poder no radica en someter, sino en amar y entregarse.
¿Cuál es la imagen que tenemos de Dios en nuestros días y en nuestra vida? ¿Qué lugar ocupa en nuestra existencia? ¿Está por encima de todas las cosas? ¿Creemos y aceptamos Su voluntad? ¿Cómo alabamos a Dios cada día? ¿Le damos el lugar que merece?
Ojalá pudiéramos sentir que Dios es el rey de nuestra vida, no como un rey que nos somete o oprime, sino como un Dios que nos invita a vivir y compartir su amor en comunidad. Un rey que nos protege, cuida, ama, consuela y da fuerzas en los momentos difíciles. Un rey que busca la justicia y desea que cada uno de sus hijos e hijas tenga una vida plena.
Depende de nosotros: ¿Estamos dispuestos a formar parte de su Reino?
“Jesús es mi rey soberano, mi gozo es cantar su loor; es rey y me ve cual hermano, es rey y me imparte su amor” (Canto y Fe número 192).
Juan Dalinger