Contra ti he pecado, y sólo contra ti, haciendo lo malo, lo que tú condenas. Por eso tu sentencia es justa; irreprochable tu juicio.
Salmo 51,4
La denuncia pública de Natán, jugándose el pellejo al enfrentar al rey, ha expuesto el lado oscuro de David ante esa sociedad que lo ama y admira. El profeta puso de manifiesto los hechos y las miserables intenciones que los motivaron. Un auténtico héroe con la talla moral de un delincuente.
Ante la tentadora posibilidad de negar todo y usar su poder e influencias para limpiar su imagen, David toma el espinoso y solitario camino de asumir su responsabilidad. En ese contexto, derrama su corazón en este canto, expresando su arrepentimiento por el pecado cometido y la maldad interna, innata, que lo originó. Avergonzado de ser así, clama por una limpieza genuina, convencido de que solo Dios puede librarlo del mal que habita en él.
Todos conocemos este incómodo escenario ante nuestras culpas. Allí, podemos elegir evadirnos por la ventana de la hipocresía o, como David, buscar la misericordia de Dios para estar en paz con Él.
Me hirió el pecado, fui a Jesús a mostrarle mi dolor. Perdido, errante, vi su luz, me bendijo en su amor.
Daniel Ángel Leyría