Tu misericordia es mejor que la vida; por eso mis labios te alaban.
Salmo 63,3
Hay amplio consenso en que el mundo es un lugar cada día más impersonal, dominado por el egoísmo y el individualismo, donde el otro es rebajado e invisibilizado. Nadie quiere ceder ni ser menos que el de al lado. El ser humano se ve como la medida de todas las cosas, evaluando todo desde su propio yo y haciendo de su perspectiva personal la verdad absoluta. Esto dificulta la creación y el mantenimiento de relaciones sanas entre personas y comunidades.
Poco espacio queda para la valoración del otro, quien muchas veces es visto en función de intereses particulares, como un número, un ente o un dispositivo del cual sacar provecho. ¿Qué decir del reconocimiento ajeno, de la humildad, del pedir perdón o del ser agradecidos?
Ante esto, nuestra fe actúa como el antídoto contra este veneno.
Todo lo que podemos y tenemos procede de Dios por gracia y misericordia, y esto es motivo de gratitud y alabanza. Jesús mismo daba gracias a Dios y pedía su bendición. Es tiempo de dejar que el Evangelio, el máximo don recibido, opere en nuestras vidas. ¿Cómo? Iluminando corazones y mostrando la realidad tal como es: nada es por nosotros mismos, todo es dado por Él; y en el proceso, Dios ha puesto personas que nos han amado, protegido, enseñado, apoyado y renunciado a mucho por nuestro bien.
Señor, concédenos ver con claridad y reconocer que todo lo que somos y poseemos es dado por ti. Que podamos ir por el mundo, como enseñaste a tus discípulos, dando por gracia lo que por gracia hemos recibido. Amén.
Robinson Reyes Arriagada.