Pero todo esto, que antes valía mucho para mí, ahora, a causa de Cristo, lo tengo por algo sin valor.
Filipenses 3,7
Poco antes, el apóstol Pablo afirma: “No ponemos nuestra confianza en las cosas externas”. Habla de un antes y un después de su encuentro con Cristo. Antes, su autoestima se basaba en su origen étnico, su capacidad intelectual y su celo religioso. Eso no es poco. Aparte del origen étnico, lo demás fue fruto de su esfuerzo. Personalmente, soy feliz por tener una casa, alimento, hijos maravillosos y tantas cosas “externas” más. Siempre me he esforzado por ser la mejor pastora posible para mí, o (como diría una amiga) ser una pastora como la que me gustaría tener. Lo externo es importante y no quiero despreciarlo. Sin embargo, a la “hora de la verdad”, eso no nos salva. Tampoco significa que, por ello, seamos “buenas personas” o incluso “mejores” que otros que no han tenido tales oportunidades y privilegios.
Lutero, en su explicación del primer Artículo de Fe en el Catecismo Menor, lo expresa de esta manera, y creo que nos ofrece la perspectiva correcta: “Creo que Dios me ha creado y también a todas las criaturas; que me ha dado cuerpo y alma, ojos, oídos y todos los miembros, la razón y todos los sentidos, y aún los sostiene. Además, me ha dado vestido y calzado, comida y bebida, casa y hogar, esposa e hijos, campos, ganado y todos los bienes; que me provee abundantemente y a diario de todo lo que necesito para sustentar este cuerpo y vida…”
Me ha dado… Lo externo es importante… pero “todo esto por pura bondad y misericordia paternal y divina, sin que yo de ninguna manera lo merezca ni sea digno de ello. Por todo esto, debo darle gracias, ensalzarlo, servirle y obedecerle”. Gratitud, alabanza, servicio y obediencia: ahí está lo que, “a causa de Cristo”, verdaderamente tiene valor en vida y en muerte.
Karin Krug