5° domingo de Cuaresma
María trajo unos trescientos gramos de perfume de nardo puro, muy caro, y perfumó los pies de Jesús; luego se los secó con sus cabellos. Y toda la casa se llenó del aroma del perfume.
Juan 12,3
Esto sucedió en Betania, durante una cena en honor a Jesús en la casa de Lázaro, Marta y María.
Embadurnar los pies de Jesús y secarlos con el propio cabello enalteció al Mesías Salvador, que ya estaba camino al Gólgota y a quien el evangelista presenta entrando a Jerusalén como un rey ungido y glorificado.
El único que “salta” alborotado es Judas Iscariote, y no es sorprendente, dado que era avaro y traidor. No se queja porque se trata de una mujer ni porque el destinatario era su amigo Jesús, sino por su supuesta “preocupación por los pobres”. El verdadero problema para Judas era su deseo por el dinero que se habría obtenido de la venta del perfume. Jesús, por su parte, defiende a María con una respuesta similar a: “Déjala en paz”.
Jesús es honrado y exaltado en esta ocasión única, ya que siempre tendremos pobres a quienes debemos atender.
¡Pero cada cosa debe estar en su lugar y a su tiempo! Recibir un beso en los pies es una experiencia movilizadora y placentera. El gesto de María fue delicado y profundo, lleno de ternura y amor; costoso, pero sin derroche.
También debe haber sido agradable para los comensales la fragancia que generó el gesto.
Una caricia al alma para Jesús. Un gesto sin especulación ni cálculo, como debería ser toda relación entre sus seguidores.
Mi oración hoy es que podamos desparramar fragancias, caricias y acciones de amor genuino sin medir costos ni consecuencias.
Que dejemos fluir nuestros impulsos, gestos y acciones de cariño y reconocimiento hacia quienes se nos presentan como oportunidad.
“Hoy pensamos en tu gesto. Podré derramar perfume y compartir con los demás” (Canto y Fe número 52).
Luis Alberto Keil