Sálvame, Dios mío, porque estoy a punto de ahogarme; me estoy hundiendo en un pantano profundo y no tengo donde apoyar los pies. He llegado a lo más hondo y me arrastra la corriente. Ya estoy ronco de tanto gritar; la garganta me duele; ¡mis ojos están cansados de tanto esperar a mi Dios!
Salmo 69,1-3
Este salmo y el Salmo 22 son los más citados en el Nuevo Testamento, especialmente en relación con la pasión de nuestro Señor.
Un grito desesperado de angustia y tribulación. Las imágenes que utiliza el orante para describir su estado provienen de la naturaleza.
Seguramente, más de uno de nosotros se ha sentido “con el agua hasta el cuello”, metafórica o literalmente, en el ámbito personal, comunitario o social, enfrentando problemas y situaciones límite.
A lo mejor “peludeo” o patino bastante para salir a flote, pero también experimento que Dios no se hace el distraído y está plenamente consciente de lo que nos sucede, siempre y cuando nos acerquemos con humildad, lo reconozcamos y le agradezcamos.
Mientras escribo estas líneas, asistimos al peor desastre causado por las inundaciones en el estado de Rio Grande do Sul, en Brasil, y en la costa del río Uruguay que nos une. Se trata de inundaciones y verdaderas calamidades, con muchas víctimas, gritos y lamentos.
Este lamento será respondido por el Dios de amor en quien podemos confiar. Dios escucha y responde cuando nos abandonamos en Él.
Este tiempo litúrgico nos brinda la oportunidad de renovar nuestra fe y confianza en Él, y de mantenernos atentos a las múltiples maneras en que nos habla, a través de diversos medios y formas.
Luis Alberto Keil