Al llegar, los llevaron ante la Junta Suprema, y el sumo sacerdote les dijo: “Nosotros les habíamos prohibido terminantemente que enseñaran nada relacionado con ese hombre. ¿Y qué han hecho ustedes? Han llenado toda Jerusalén con esas enseñanzas, y encima quieren echarnos la culpa de la muerte de ese hombre.” Pedro y los demás apóstoles contestaron: “Es nuestro deber obedecer a Dios antes que a los hombres”.
Hechos 5,27-29
En tiempos donde parece no haber un rumbo claro, una guía confiable, o un norte seguro hacia donde dirigirse, se alzan muchas voces exigiendo obediencia sin certeza de a dónde nos llevarán. En estos tiempos, y en todos los tiempos, es bueno recordar y aplicar las palabras del apóstol: “Es nuestro deber obedecer a Dios”.
Obediencia que no solo implica la observancia de los mandamientos, sino también una obediencia que lleva al testimonio y compromiso en el cumplimiento del envío recibido: “enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mateo 28,20). Es en el cumplimiento de este mandato recibido que los discípulos no pueden menos que testimoniar aquello que han visto y oído.
No hay prohibición alguna que impida a este valiente grupo de hombres y mujeres contar al mundo su experiencia de vida junto a Jesús. En estos tiempos de medias verdades, de discursos efímeros, de palabras vanas y fútiles, sería bueno recuperar el coraje de una iglesia que ha sabido, en tiempos de persecución y muerte, de ignominia y martirio, levantar en alto la cruz frente a los poderes de este mundo. Cruz que es señal de vida, cruz de la cual surge el grito de aquel que nos conduce al encuentro del otro.
David Juan Cirigliano