Allí está el mar, ancho y extenso, donde abundan incontables animales, grandes y pequeños, allí navegan los barcos, allí está el leviatán, el monstruo que hiciste para jugar con él.
Salmo 104,25-26
Aquí, es muy probable que “leviatán” no se refiera a un monstruo temible como solemos conocer, sino más bien a alguno de los cetáceos marinos de grandes dimensiones que habitan en los mares.
Cuando necesitamos un momento de tranquilidad, a menudo pensamos en el mar, el río o un arroyo cercano, donde podemos sentarnos simplemente para escuchar el murmullo del agua entre las piedras, observar los movimientos de algún pez o ver pasar un barco a lo lejos.
Dios nos muestra la inmensidad de su obra para que admiremos su grandeza y le demos gracias, reconociendo su providencia no sólo para nuestro cuerpo, sino también para nuestra alma.
Dios y Padre nuestro, te alabamos y te bendecimos. Tu Espíritu es manantial inagotable que da sosiego a nuestra alma. Así sea, hoy y siempre. Amén.
Mirta Cristina Wagner