Miércoles 4 de junio

 

Y se les aparecieron lenguas como de fuego que se repartieron, y sobre cada uno de ellos se asentó una. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo.

 

Hechos 2,3-4

 

El próximo domingo la Iglesia Cristiana celebra la fiesta de Pentecostés, recordando aquel hermoso momento en el que el Espíritu Santo descendió sobre los primeros cristianos. Nosotros, los cristianos de hoy, celebramos que este mismo Espíritu Santo sigue viniendo y acompañándonos en nuestras vidas y en nuestras comunidades. Y sigue obrando milagros maravillosos en este mundo.
Quizás tengamos muchas preguntas acerca del Espíritu Santo, y es bueno que nos las hagamos. Algo que podemos aprender hoy con este versículo es que aquellos que lo recibieron, según este relato, no hicieron mucho más que estar reunidos en el nombre de Dios. No hay comentarios ni relatos que nos indiquen que hicieron sacrificios o grandes esfuerzos para recibirlo. Esto nos hace entender que no podemos nosotros ser los gestores del actuar del Espíritu, sino que él mismo tiene su propia forma de obrar, su propia agenda y sus propias elecciones.
Sería muy conveniente para nosotros tener una fórmula para llamar al Espíritu y que él nos obedezca o atienda nuestros deseos o ideales. Sin embargo, es maravilloso que el Espíritu tenga su propio discernimiento, porque quizás nada sea suficiente para invocarlo; en realidad, es pura gracia de Dios, un regalo de Dios.
Ay, ay, ay… ¿Quién puede comprender al Espíritu? Y bueno, quizás lo mejor sea pedir a Dios que nos dé fe y que, por su gracia, cuando él lo crea necesario, nos permita ver, sentir y disfrutar de la presencia de su Espíritu, que ya está en medio de nosotros. Por ahora y siempre parece ser una buena idea seguir reuniéndonos como hermanos y hermanas.
Dios los bendiga.

 

Armando A. Weiss

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