La sabiduría clama a voz en cuello; la inteligencia hace oír su voz.
Proverbios 8,1
Cuando éramos niños, “ser inteligente” simplemente consistía en tener ciertas habilidades para comprender los contenidos escolares sin mucha dificultad y no tener mayores problemas en ese sentido. Se asociaba más al coeficiente intelectual.
Después se nos fue introduciendo la teoría de que “hay inteligencias múltiples”. Por ejemplo, las personas con “inteligencia visual/ espacial” necesitan una imagen global para aprender; quienes tienen facilidad para las matemáticas poseen “inteligencia lógica” y necesitan ver las cosas de manera secuencial. Otros tienen “inteligencia musical” (el aprendizaje entra por el oído); “inteligencia kinestésica” (personas que necesitan moverse, tocar, manipular).
Hoy en día, se debate mucho sobre los beneficios y los riesgos de la “inteligencia artificial”, que es un conjunto de tecnologías que permiten a las computadoras realizar una variedad de funciones avanzadas mediante el procesamiento de una cantidad tan grande de datos que ningún ser humano sería capaz de abarcar.
Y como creyentes, hoy compartimos el concepto bíblico que asocia la inteligencia a la “sabiduría”. Esto se alcanza conociendo la palabra de Dios. Ella es el marco guía para la ética que necesitamos para movernos en nuestro tiempo, para discernir entre lo falso y lo verdadero. Ella es la que nos hace seguir sintiéndonos humanos y ver en los demás un hermano, una hermana, y no considerarlos como meros datos, resultados de la combinación de algoritmos. Jesús mismo nos enseñó que la Palabra de Dios es como una semilla sembrada en cada uno de nosotros. ¿Con qué disposición la recibimos? ¿Qué inteligencia tenemos para aprehenderla en nuestras vidas y actuar bajo el criterio del amor y del respeto?
Patricia Haydée Yung