Así ha dicho el Señor: “Así como alguien que halla un racimo con uvas jugosas, dice: ´Esto es una bendición. No hay que dañarlo,´ así voy a actuar en favor de mis siervos: No los destruiré a todos”.
Isaías 65,8
¿Eres tú la persona que el Señor ha escogido? ¿Quién es? ¿Cómo es esa persona?
Al igual que Jesús, los antiguos profetas enseñaron con ejemplos para que las personas pudiésemos comprender de manera sencilla el misterio de lo divino. En este caso, vemos que la observación superficial del racimo es suficientemente convencedora de su valor en toda la vid.
Es importante destacar lo superficial. Incluso antes de que se nos entregara el compendio de la Biblia, los profetas nos enseñaron que nuestro mensaje entra por la vista. No es lo que decimos, sino lo que hacemos. Nuestros actos son nuestro mensaje.
Seguramente un examen más profundo del racimo de uvas (una iglesia con personas) nos permitirá ver que no todas eran dulces ni estaban sanas. Algunas uvas no recibieron sol, por lo que no pudieron brillar. Otras fueron aplastadas por aquellas que se ubicaron en la superficie. Pero, ¿no forman todas las uvas, ya sean lindas, feas, brillantes, opacas, superficiales o internas, parte del mismo racimo?
Dentro de nuestras iglesias se han establecido costumbres y reglamentos que históricamente nos han servido para diferenciar e incluso excluir a personas. Me pregunto, ¿no es el mismo Dios el que escoge a su rebaño?(versículo 9).
Ten la certeza que el Señor actúa en nuestro favor. Él es el fundamento de la fe.
Felipe Sepúlveda