2° domingo después de Pentecostés
Todos los gerasenos pidieron a Jesús que se alejará de allí, porque estaban atemorizados; y él, subiendo a la barca, regresó. El hombre del que salieron los demonios le rogaba que lo llevara con él, pero Jesús lo despidió, diciéndole: “Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios has hecho por ti”. Él se fue y proclamó en toda la ciudad lo que Jesús había hecho por él..
Lucas 8,37-39
La pregunta para nosotros es: ¿estamos con los gerasenos, que quieren que Jesús se aleje de allí, o estamos con el curado, que quiere seguir a Jesús?
Hoy no usamos con frecuencia la palabra “demonio”, y menos aún “endemoniado”. Encontramos categorías más amables a nuestro gusto; podemos llamarlos “marginados” y “marginales”. No sabemos si andan por los sepulcros, pero sí los vemos en las puertas de los comercios cerrados, en las plazas, debajo de los puentes, a lo largo de las avenidas. Solos o agrupados. Los demonios se llaman adicciones: alcohol, cocaína, fármacos, trastornos mentales…
El Estado debe ocuparse de ellos, no sabemos si para curarlos o para ocultarlos de la vista de quienes no queremos ver ni a marginados ni a demonios.
La cura de Jesús no fue gratuita. El dueño de la piara que se precipitó al agua debió haber quedado furioso, y posiblemente despidió a los cuidadores por negligentes.
No hay gozo por este hombre curado; hay temor por el poder de Jesús sobre los demonios y sobre las cosas que lo rodean. Jesús le encarga a este hombre curado que dé testimonio de lo que Dios hizo en su vida, y él lo hizo. Los gerasenos siguen dudando si la vida de una persona vale más o menos que la de los cerdos.
Dios, no dejes que nuestra ceguera nos impida ver la presencia de Jesús curando, hace dos mil años y aún hoy. Que alabemos tu nombre y te proclamemos como Señor de la vida, por sobre cualquier signo de muerte. Amén.
Atilio Juan Hunzicker