Canten a Dios con alegría, habitantes de toda la tierra; canten himnos a su glorioso nombre; cántenle gloriosas alabanzas. Díganle a Dios: «Tus obras son maravillosas. Por tu gran poder tus enemigos caen aterrados ante ti; todo el mundo te adora y canta himnos a tu nombre.
Salmo 66,1-4
Un hermoso cántico nos recuerda la importancia de alabar, reconocer y agradecer las maravillas de nuestro buen Dios. A menudo, corremos apresurados por la vida tras nuestras obligaciones, responsabilidades, intereses y conveniencias, olvidando lo que el salmista nos invita a hacer: reconocer, alabar y agradecer a Dios por sus obras. Precisamente esta indiferencia, olvido y apatía son la causa del daño y las heridas que sufre la vida y la creación.
Quien pierde la capacidad de reconocer lo bueno, lo grato y lo bello también pierde la sensibilidad y la capacidad de cuidar, proteger y disfrutar responsablemente lo que tiene.
Reconocer las maravillas comienza por reconocernos a nosotros mismos como una obra única, irrepetible y maravillosa, y como una parte sublime de la creación, llamados a cuidarla.
A lo largo de la historia, la humanidad ha confundido el mandato inicial de administrar, cuidar y ser mayordomos con el de explotar.
Es tiempo de recuperar la mirada y el sentir del salmista para convertirnos en personas agradecidas, responsables y sensibles a nuestra función y misión en este mundo y en nuestro tiempo.
“Bueno es alabarte, Señor, y a tu nombre folclore cantar; de mañana tu gracia anunciar y de noche tu fidelidad (…) tus hechos me alegran, Señor, tus hechos me alegran, Señor, son tus obras mi felicidad” (Canto y Fe número 173, estofa 1).
Hilario Tech