Porque yo, el Señor, digo: Yo haré que la paz venga sobre ella como un río, y las riquezas de las naciones como un torrente des- bordado. Ella los alimentará a ustedes, los llevará en sus brazos y los acariciará sobre sus rodillas. Como una madre consuela a su hijo, así los consolaré yo a ustedes, y encontrarán el consuelo en Jerusalén. Cuando ustedes vean esto, su corazón se alegrará; su cuerpo se renovará como la hierba.
Isaías 66,12-14
En estos versículos se compara el amor de Dios con el cuidado y consuelo que una madre brinda a su hijo.
Todos los seres vivientes necesitamos cuidados y amor desde el momento en que nacemos hasta que morimos. Nutrirnos con alimentos, seguridad y amor es indispensable para vivir. Y durante la mayor parte de nuestras vidas, ese sustento lo recibimos de otros o con otros. Estar solos puede significar que quizás sobrevivamos, pero no alcanzaremos la plenitud.
Sin embargo, a pesar de saber esto, muchas veces somos bastante egoístas y poco empáticos con los demás en detrimento de nosotros mismos. Por eso, el Dios protector y restaurador de este texto sagrado nos infunde seguridad asegurando que está con nosotros, como lo estuvo con el pueblo de Jerusalén. Y, a su vez, nos invita a fijarnos en nuestro prójimo para ofrecerle ese sustento de esperanza, renovación y paz.
“Por paz, que es calidez de amor fraterno; por paz que es bienestar y es alegría, por paz que es de justicia rico fruto y tiene en Dios sustento y garantía” (Canto y Fe número 342).
María Esther Norval