El que mira con desprecio a quien desprecio merece, pero honra a quien honra al Señor; el que cumple sus promesas aunque le vaya mal; el que presta su dinero sin exigir intereses; el que no acepta soborno en contra del inocente. El que así vive, jamás caerá.
Salmo 15,4-5
Facu comienza a explorar el mundo, está empezando a gatear. En ese aprendizaje de manejar sus piernitas y la fuerza de sus brazos, vale todo: no hay límites ni dimensión de las caídas. Cae sentado, de boca, de espalda, de costado, de mil formas. Cae en el ejercicio de hacerse a la vida. Es un caer constructivo, que lo hace crecer, es un caer necesario.
Pero en el pasaje, el salmista nos habla de otro caer, y vaya que es difícil evitar ese “caer” y cumplir lo que Dios espera de nosotros. Caemos al sabernos jueces de la vida de los demás. Caemos al invadir el espacio del hermano, no dejarlo ser, no respetar. Caemos en la competencia individual, por sobre el construir colectivamente.
Caemos en la imposibilidad del diálogo, nos cerramos en nuestra propia razón como la única válida. Caemos en el accionar con ira, sin dimensionar las consecuencias de esos actos. Caemos en la intolerancia hacia el pensamiento diferente. Caemos en no intentar centrar nuestra vida en lo que Dios espera de nosotros.
Querido Dios, reconocemos tu mensaje claro, sin embargo, tenemos dificultad para acercarnos a él en nuestras obras. Nos sabemos envueltos en acciones que no siempre condicen con lo que vos esperás de nosotros. Nuestra capacidad de no caer se vuelve débil. ¡Ayúdanos! Moviliza nuestros corazones, abre nuestras mentes para que la fe en vos sea verdaderamente el motor en nuestras vidas. Amén.
Betina Wagner