Jueves 17 de julio

 

Después tomó mantequilla y leche, y el becerro que había preparado, y lo puso delante de ellos. El se quedó con ellos debajo del árbol y comieron.

 

Génesis 18,8 (RVR95)

 

Abraham se encuentra envuelto en un ritmo frenético de actividad, como lo atestiguan las palabras “de prisa”, “enseguida”, “corrió”, “se dio prisa”.
Ese ritmo me recuerda lo que vivimos en nuestra Congregación cada vez que realizamos la Fiesta de Acción de Gracias, donde se faenan tres novillos y un cerdo para alimentar, en ocasiones, a 700 personas, alcanzando el clímax de frenesí cuando llega la comida de los hornos y hay que comenzar a servir.
También en lo referente a la cantidad de comida que se prepara, “Más vale que sobre y no que falte” es el lema. Al igual que Abraham, quien mandó hacer pan como para abastecer una panadería y matar un ternero como para alimentar a muchas personas, siendo que eran solo tres los invitados a comer.
La comida y el lenguaje son los rasgos que más caracterizan a una cultura, incluso nos identifican en una sociedad concreta. La experiencia de compartir la mesa nace de la necesidad de relacionarse; es la fiesta y la alegría del encuentro. Compartir la mesa nos identifica, incluso a los que sirven, como a Abraham, que, aún estando de pie y no sentado, atento a lo que necesitaran los invitados, se identifica asumiendo la actitud de alguien que sirve.
Oremos: Gracias, Dios, por la oportunidad de ser servidores, de compartir la mesa de comunión contigo y con nuestros hermanos, cada vez que nos reunimos y tú estás en medio nuestro. Amén

 

Omar Darío Dalinger

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