Sábado 26 de julio

 

Porque toda plenitud de Dios se encuentra visiblemente en Cristo.

 

Colosenses 2,9

 

En Cristo, nuestro Señor, habita toda la divinidad. Es difícil conceptualizarlo de manera más clara y precisa; en Él reside toda la plenitud, no una parte ni a medias, sino toda la plenitud de Dios Padre. Con estos versículos, la Palabra nos invita a reflexionar: ¿Estamos listos para vivir en Cristo o seguimos escuchando la opinión de falsos amigos? La respuesta a esta pregunta es: Vuélvanse a Él, vuélvanse a Cristo.
“En Él, también ustedes han sido circuncidados; en el bautismo fueron sepultados y resucitados con Él. En este versículo, la invitación es clara: liberémonos de todas aquellas ataduras superficiales”. Esta frase nos indica un nuevo nacimiento, un nuevo comienzo, afianzados y confiados en Cristo como nuestro Salvador.
Lo verdaderamente importante es discernir si nuestro espíritu, como cristianos, ha renacido; si hemos aceptado la divinidad de Dios a través de Cristo, o si lo hicimos solo de palabra. Al bautizarnos y morir con Él, murió el pecado, y resucitamos unidos al Cristo vivo, ese Cristo de amor, compasión y misericordia.
Dios, al entregarnos a su primogénito, nos salvó, nos liberó y nos perdonó. Si renacemos en Él con un nuevo espíritu, estamos unidos a Él y somos parte de su nueva creación de amor. Somos salvos.
¡Cristo, nuestro Señor, ganó la batalla y dio su vida por nosotros! Quedémonos arraigados a Él, como Él quiere que vivamos la fe: amándonos los unos a los otros, así como Él nos amó.

 

Paola Dietze

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