12° domingo después de Pentecostés
Porque él que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido.
Lucas 14,11
¡Qué bien explicaba Jesús! ¡Qué buenos ejemplos usaba! Claros, sencillos, tomados de la vida diaria. Al leer esta parábola se me vino a la mente el caso de una persona que, con voz fuerte y dándose mucha importancia, daba explicaciones muy extensas de un tema muy específico del que era evidente que hablaba “de oídas” y hacía afirmaciones como si fuera experta. Pero resultó que en ese grupo había alguien que sí era entendido en la materia, con años de estudio, títulos y experiencia. En una pausa, esta persona intervino, con la autoridad que le daba el conocimiento, y aclaró los términos que no coincidían en absoluto con lo que había afirmado la primera persona. Sin poder decir nada más, el “sabelotodo” se retiró muy avergonzado.
En el día a día nos podemos encontrar con muchos casos parecidos en los que, por querer darse importancia, alguien termina avergonzado, humillado. Cada uno de nosotros puede evaluar sus méritos, su valor; sin dejar de lado la autoestima, conocer nuestros límites y no pretender ser más de lo que en realidad somos.
Leí una vez que todos los grandes personajes son humildes. Como lo fue Jesús, él siempre actuó con humildad, hasta aceptó morir en la cruz por nosotros, tal como Dios, su Padre, se lo pidió. De Él debemos tomar ejemplo, ser humildes y dejar que Dios obre en nuestras vidas. Si merecemos mayor honor, nuestro Padre Dios se encargará de colocarnos en ese puesto.
Beatriz M. Gunzelmann.