«¿Feliz día de los niños?»: Reflexión del la diácona Vania Zanow

Por Vania Zanow (diácona de la IERP)

 

Cada 16 de agosto, en Paraguay, recordamos con profundo dolor la Batalla de Acosta Ñu. En aquel día trágico, miles de niños y adolescentes fueron arrancados de su infancia y empujados a un campo de guerra que no les correspondía. Armados con lanzas improvisadas y con una valentía inocente, enfrentaron el horror de la violencia, convirtiéndose en víctimas de una de las páginas más crueles de nuestra historia.

 

Hoy, más de 150 años después, nuestros niños ya no cargan lanzas ni visten uniformes improvisados, pero siguen siendo vulnerables. La pobreza, la violencia intrafamiliar, la falta de acceso a una educación de calidad, el trabajo infantil y la explotación en diversas formas siguen siendo “batallas” que quitan a los pequeños la posibilidad de vivir plenamente su niñez.

 

A todo esto, se suma una nueva amenaza: la exposición a las redes sociales y al mundo digital, donde todavía no existen leyes claras ni mecanismos eficaces que los protejan. Allí los niños quedan expuestos a la violencia simbólica, al acoso, a la manipulación y a la pérdida de su inocencia. La guerra de antes se peleaba en los campos; hoy muchas batallas se libran en las pantallas.

 

 

 

La historia de Acosta Ñu nos recuerda que la infancia necesita ser protegida y cuidada. No podemos permitir que las nuevas generaciones vuelvan a cargar los dolores que no les corresponden. Es nuestra responsabilidad como sociedad, como familias y como Iglesia, asegurar que crezcan con dignidad, en un ambiente de amor, justicia y paz.

 

En este sentido resuena con fuerza la voz de Jesús en el Evangelio: “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan; porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 19:14). Estas palabras no son solo una invitación tierna, sino un mandato claro: los niños no deben ser obstáculo ni herramienta, sino tesoros del Reino de Dios.

 

Así como Jesús los puso en el centro, hoy también estamos llamados a colocar a los niños en el centro de nuestras prioridades. Conmemorar el día de los niños no debe ser solo un ejercicio de memoria, sino un compromiso con la vida presente: proteger, valorar y amar a cada niño y niña, para que nunca más la infancia sea sacrificada en el altar de la indiferencia, de los intereses de los adultos o del descuido en los nuevos espacios digitales.

 

Que este Día del Niño sea, entonces, un llamado a la responsabilidad de cada uno de nosotros. Que el amor de Dios sea la fuerza que nos impulse a cuidar, a enseñar y a defender a los más pequeños, con la ternura y la valentía de Cristo, para que cada niño y niña pueda crecer en la plenitud de la vida que Él les regaló.

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