Miércoles 10 de septiembre

 

Se han hecho un becerro de oro fundido, y lo están adorando, y le ofrecen sacrificios, mientras dicen: “Israel, ¡éstos son los dioses que te sacaron de Egipto!”

 

Éxodo 32,8

 

Estoy seguro de que si te visitara en tu hogar, no encontraría ninguna estatuilla de oro fundido alrededor de la cual tú y tu familia adorarían. De hecho, si me visitaras a mí, tampoco encontrarías tal cosa.
Pero, por más que no las tengamos, ¿eso significa que no adoramos a ningún ídolo? ¿Cumplimos a pie de letra el mandamiento que nos prohíbe tener dioses ajenos delante del único Dios?
Me dirás que no adoras ni al dinero ni al sexo ni al poder como ídolos; es decir, todas aquellas cosas que, si fuesen productos en el supermercado, llevarían sellos que advierten acerca de los peligros.
Pero, ¿Qué pasa con aquellas cosas en tu vida que consideras completamente libres de sellos? El mandamiento de Dios advierte que no conviertas ninguna cosa, por buena que sea, en un dios ajeno.
Tengo una prueba sencilla de cómo está tu corazón con respecto a la idolatría: ¿Qué hay en tu vida que, si lo pierdes, no solo te entristecerá, sino que te llevaría a la desesperación? ¿Qué cosa te hace sentir en el séptimo cielo cuando la tienes y, cuando te falta, te arroja al último círculo del infierno?
Tal vez sean tu familia, tu salud, tu trabajo, tu reputación, entre otras cosas. La lista es casi infinita, porque tu corazón tiene la capacidad ilimitada de convertir cualquier cosa en un dios ajeno, y cada dios ajeno siempre te convierte en esclavo.
Pero tu Dios, el creador todopoderoso, es un Dios que “te rescata”. Que todo tu ser bendiga su santo nombre.

 

Michael Nachtrab

 

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