Señor, ¿hasta cuándo gritaré pidiendo ayuda sin que tú me escuches?
Habacuc 1,2
El profeta está viendo violencia, destrucción y luchas. En todo esto, él mismo no se siente visto. El profeta está escuchando sobre angustia, maldad y pleitos. En todo esto, él mismo no se siente escuchado. Pero no se da por vencido. Él sigue: “Señor, ¿hasta cuándo gritaré pidiendo ayuda sin que tú me escuches?” Una frase antigua que sigue siendo tan relevante hoy en día para muchas personas. Pienso en los niños que son ignorados en sus familias.
Pienso en las personas que experimentan violencia en sus relaciones o amistades. Pienso en las personas en zonas de guerra que no saben a dónde ir. Pienso en las personas que están a punto de perder a un ser querido. Todos gritando, interior o exteriormente, para que Dios los escuche y los ayude. Que los libere de esta situación violenta. Este pasaje nos lleva a una situación llena de sufrimiento, llena de dolor, llena de desesperación. No hay respuesta o solución.
El texto elegido termina con desesperanza. Pero tal vez eso es lo que este pasaje nos puede dar. Que todo lo pesado, todo el sufrimiento que una persona siente y expresa, necesita su momento para simplemente existir. Necesita un momento para que se le permita ser terrible frente a otra persona. Quizás ustedes también conocen el impulso de reaccionar rápidamente para que no sea tan pesada la situación y para poder ayudar ahora mismo. Una reacción de impotencia que en realidad no toma en serio a la otra persona, ni a uno mismo. Pero si alguien nos toma en serio, es Dios. Y por eso creo que Dios está ahí, que escucha y que soporta todas las dificultades. ¡Siempre! Y esos son los primeros pasos para ayudar de verdad: estar plenamente presente, escuchar con sinceridad y soportar con firmeza.
Annika Wilinski