Martes 14 de octubre

 

El Señor es tu guardador; el Señor es tu sombra a tu mano derecha. El sol no te herirá de día, ni la luna de noche. El Señor te protegerá de todo mal; Él guardará tu alma. El Señor guardará tu salida y tu entrada, desde ahora y para siempre.

 

Salmo 121,5-8

 

Nuestros días están generalmente poblados de mensajes que dan cuenta de nuestra existencia en el tiempo y en el espacio. Informamos: “recién salí”, “llego en media hora”, “ya estoy en el subte”, “salgo mañana”, “ya aterrizamos”… También expresamos nuestros deseos y cuidados: “buen viaje”, “suerte con todo”, “te esperamos”, “anda con calma”.
Aunque estas son frases que escribimos o pronunciamos casi automáticamente, estamos pendientes de nuestros dóndes y cuándos de manera constante. Porque, en realidad, somos frágiles. Nuestras vidas penden de hilos que no manejamos; nos movemos en redes de coordenadas cambiantes, que obedecen a variantes que nos exceden. Aun así, hacemos nuestros trayectos. Muchas veces se trata del diario ir y venir a casa; otras veces, salimos en busca de nuevos horizontes, lejos de las personas y espacios conocidos. Generalmente tenemos en mente fecha y hora de regreso; aunque, a veces, no. Quizás sabemos el lugar de destino o quizás este nos resulte incierto. En varias ocasiones, el recorrido es interior e ignoramos tanto los datos de la partida como los de la llegada.
Salir es, cada vez, un acto de fe y confianza: Dios nos guarda en medio de todas las situaciones —incluso en aquellas que ignoramos, especialmente en esas—. Regresar es, cada vez, un acto de agradecimiento: Dios nos protege cuerpo y alma —incluso cuando el mal ocurre, especialmente entonces—.

 

Marisa Strizzi

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