Viernes 26 de diciembre

 

Porque todos son del mismo Padre: tanto los consagrados como el que los consagra. Por esta razón, el Hijo de Dios no se avergüenza de llamarlos hermanos.

 

Hebreos 2,11

 

Jesús y los creyentes somos “de uno”, lo que significa que compartimos la misma naturaleza y origen espiritual. Jesús no se avergüenza de llamarnos “hermanos”, lo que muestra la intimidad y cercanía que tenemos con Él. Nos ha hecho parte de la familia de Dios, llamándonos hermanos porque, a través de la fe en el Señor Jesucristo, todos nos hemos convertido en hijos de Dios.
Como hermanos en Cristo, somos iguales en dignidad y valor, sin importar nuestras diferencias terrenales. La disposición de Jesús a llamarnos hermanos nos da confianza en nuestra relación con Él y con los demás creyentes. Tenemos la responsabilidad de cuidarnos y apoyarnos mutuamente en nuestra fe y crecimiento espiritual. La hermandad con Cristo y con los creyentes es eterna, lo que nos brinda esperanza y gozo en medio de las pruebas y desafíos terrenales.
Este versículo nos invita a reflexionar sobre la grandeza de Dios y Su amor por nosotros como Sus hijos. Él está dispuesto a caminar a nuestro lado en todo momento y siempre tiene un propósito específico para todo lo que sucede en nuestra vida. Podemos confiar en que, con su ayuda, superaremos cualquier situación difícil y seguiremos adelante en nuestra fe.
La idea de hermandad nos invita a servir a nuestros hermanos y hermanas en la fe, ya que somos parte de la misma familia. Esto implica poner las necesidades de los demás por encima de las nuestras, como Jesús lo hizo en su vida y ministerio.
“Cantá, hermano, cantá! ¡Cantá conmigo, cantá! ¡Cantá! Él es esperanza, ¡cantá! es justicia, paz y libertad” (Canto y Fe número 238).

 

Karina Arntzen

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