3 de diciembre día Internacional de las personas con discapacidad: «La Camilla»

Había amanecido con sol en Cafarnaúm. A la media mañana la gente comenzó a amontonarse junto a la humilde vivienda. La casa de Josué era sencilla, la más pobre del pueblo. Josué era conocido por albergar, a pesar de su pobreza, a cuanto peregrino necesitado de techo pase por esa comarca.

Fiel a su costumbre dio espacio a un tal Jesús y sus amigos que andaban por el lugar. El famoso Jesús. De pronto aquel parroquiano y su rancho, a veces mirado con recelo a causa de las personas que hospedaba, había llegado a ser el centro de atención del pueblo.

Fariseos, maestros, influyentes, llegaron temprano para asegurarse una primera fila, pues seguramente ese Jesús hablaría y enseñaría. Así fue llegando cada vez más gente, cada cual con sus intenciones y necesidades. Hasta de pueblos vecinos vinieron hombres y mujeres. No faltaba el bullicio de niños correteando. Los pájaros, alarmados por tanta bulla, se habían llamado a silencio.

A la media mañana, ante una multitud agolpada Jesús tomo la palabra para enseñar con algunas parábolas acerca del Reino de Dios. Todos estaban muy atentos.

No lejos de allí, se escuchaba el crujir de unas ruedas de carreta tirada por un buey cansado, que venía de vaya a saber dónde. Lo acompañaban algunas personas. En el interior de la carreta y con una sombra improvisada para mitigar los rayos del sol del mediodía, un hombre tendido entre paños y un colchón de paja. Inmóvil desde siempre a causa de una parálisis.

No estaba enfermo, era una persona con discapacidad que contaba con la ayuda de estos amigos para el traslado. Pero se había hecho tarde. Para cuando llegaron estaba todo tan abarrotado que ni al tal Jesús podían ver al fondo… apenas si se escuchaba su voz.

La mayoría de los presentes… cada uno preocupado por sus cuestiones personales ni se percataron de la presencia de esta original comitiva. Algunos sí, y estrecharon filas, no vaya a ser que esta presencia perturbe la importante reunión o, peor aún, tengan que hacerse a un lado y ofrecer sus cómodos lugares, otros cerraban los ojos como dormitando…«ojos que no ven, corazón que no siente”.

Así fue que se estacionaron a la sombra de una higuera que crecía al costado del patio cerca del pozo de agua, desataron al animal y se miraban unos a otros. ¿Y ahora qué? Tanto camino, tanto esfuerzo, tanta esperanza, tanta fe puesta en una posibilidad de al menos ver a ese Jesús.

Habían bajado los brazos. Una vez más, los bajaron, se dieron por vencidos.

Dentro de la vivienda se escuchaban voces, a veces suaves y amables, a veces algunas enojadas y subidas de volumen. Pero eso era adentro, a un universo de distancia del drama de afuera…

Pasó un anciano que, según dijo, tampoco pudo entrar. En tono burlón sugirió:
_ ¿por qué no prueban entrar por el techo? Josué es tan pobre que su techo está lleno de huecos y se cree que su casa es una posada… «ay Josué, Josué», y riéndose se lo vio alejarse.
¿Techo?, ¿huecos? Si eso es, pero… ¿Cómo subir a Josafat?
«Si tuviésemos un catre, una camilla».

Intentaron improvisar una pero no resultaba confiable y era muy peligroso. Una vez en el techo, … ¿qué?
Una vez más habían bajado los brazos. Josafat también había dejado de insistir, todo parecía una locura. Como otras tantas veces, Josafat perdió el ánimo y las ganas de luchar por su dignidad. Se convenció una vez mas que no tenía derecho a estar frente a ese maestro.

Al tiempo pasó por el lugar un tanto apurada una tal Magdalena, también de aquel pueblo. Como llevaba un cántaro de agua se detuvo para llenarlo en el pozo y de paso ofreció de beber a todos. También un poco al buey. En la conversación surgió el tema y la necesidad.

A Magdalena se le iluminó el rostro.

_ ¡Al fin, sabía que algún día haría falta a alguien!_
Dejó el cántaro y salió presurosa. Antes que la comitiva saliera de su asombro apareció de entre las casas con una camilla, bastante rústica pero camilla al fin.
_“Vamos, vamos, no hay que perder el tiempo”_
tomó unos lienzos de la carreta, los ató unos con otros y gesto de satisfacción dijo:
_ “ya está, una vez en el techo usan estas para bajar lentamente la camilla con Josafat, justo delante de Jesús ah, y no se olviden de dejar la camilla al irse, así la tenemos para otra persona que la necesite, déjenla al costado del pozo”_
Y no vieron más a Magdalena.

Lo demás fue rápido. Algunos ayudaron a Josafat, otros prepararon las ataduras de la camilla y una vez arriba del techo, por entre los huecos ubicaron el lugar, abrieron aún mas un hueco que daba al patio en que estaba Jesús y ante el asombro de la gente, cuando se había disipado la polvareda que produjo el derrumbe de una parte del techo, había un señor con discapacidad en una camilla frente a Jesús. Lo que casi nadie sabía era que la camilla era prestada y que fue ella la que posibilitó lo sucedido. De no haber sido por ese préstamo desinteresado, Josafat nunca hubiera llegado a conocer a Jesús y recuperar su dignidad.
«Tus pecados te son perdonados».

¿Pecados? Cuales, si estaba con esa discapacidad desde que nació. ¿De sus padres? No… el mismo Jesús había enseñado que no había relación entre pecado, culpa y discapacidad allá, cuando sus discípulos preguntaron acerca de aquellos ciegos…

Quizás el pecado de haber bajado los brazos, la esperanza, no creer que la dignidad era un derecho que le asistía como al resto, dejarse simplemente atender, ser objeto y no sujeto de su propia historia… y tantos más.

«Pero mira Josafat», dijo Jesús,  «Cuentas con buenos amigos, caminaron contigo a lo largo de tu vida, contaste con la ayuda anónima de alguien que pasaba cuando nuevamente habían caído en el desánimo, esa mujer que te prestó una camilla, Ahora comienza un nuevo tiempo en tu vida. ¿Pecados? No, Dios se alegra contigo y el cielo está de fiesta pues has recuperado tu dignidad, eres Josafat quien goza de la Gracia de Dios. Ahora vete, devuelve la camilla, puede servir a otro y vive tu vida y agradece los amigos que tienes».

Y así se retiró la comitiva, dejaron la camilla al costado del pozo, la encomendaron a un anciano que estaba bajo la higuera, en aquel patio, el de la casa de Josué.

Pastor Norberto Rasch

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