BUENOS AIRES / Argentina | IERPcomunica – A través de la carta pastoral titulada “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”, el pastor presidente de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata (IERP) Leonardo Schindler, abordó la temática de la violencia y algunas se sus manifestaciones. En base a la pregunta verbalizada por Caín luego de asesinar a su hermano, analiza diferentes círculos de violencia, así como algunas de sus consecuencias, que según también indicó, «nacen en el pecado humano«. En vista de que «no hay odio que sea capaz de construir algo bueno», llamó por un lado a que el Estado profundice políticas claras que garanticen la integridad de las personas y a los cristianos a una «conversión», en la que sea posible dejar de lado el odio, el maltrato, la discriminación, la estigmatización, entre otras cosas que destruyen la dignidad propia y de los y las demás.
La carta pastoral refiere en primer término al relato bíblico que describe el asesinato de Abel por parte de su hermano Caín, comparando con la actualidad, en la que muchos y muchas, seducidos por la «posibilidad de prosperidad a cambio de sacrificios«, finalmente terminan decepcionados y comprendiendo que «el dios en quien depositaron su confianza, no les otorga lo prometido». Este señalamiento obedece, entre otros aspectos, al «alto precio» que tiene el reconocimiento social y la posibilidad de sentirse aceptados, siendo que «nadie sabe cuándo le llegará el momento de quedarse afuera». En esa línea de análisis, lanzó cuatro preguntas: «¿Qué les sucede a quienes hoy no consiguen encontrar su aprobación en medio de las duras condiciones y exigencias que le impone el dios mercado? ¿Qué ocurre cuando no existe ninguna posibilidad de acceder a los medios que permiten alcanzar la preciada aceptación social? ¿A dónde se dirige toda esa frustración, agotamiento, insatisfacción y resignación?».
Sobre la actualidad, destacó que existe «un clima enrarecido», en el que un sector de la población está echando la culpa de «los males que padecen» y de «las continuas postergaciones de las que se sienten víctimas», a ciertos grupos sociales vulnerables, como así también a «la dirigencia política, sindical, social y cuando no, sobre la democracia misma», alertó. En el mismo sentido, consideró «alarmante», la aparición de discursos vacíos de argumentos, pero llenos de odio y discriminación, «que se reproducen constantemente a través de muchos medios de comunicación». En base a eso, recordó que «no hay odio que sea capaz de construir algo bueno», llamando a «recapacitar» y «deponer esa actitud» a quienes «hoy agitan la confrontación constantemente», si es que verdaderamente «quieren ser parte en la construcción de sociedades donde haya justicia y paz», profundizó.
Otro aspecto de la violencia que aborda, es el relacionado con el «desconocimiento de cualquier tipo de límite». Esto evidencia el «desapego respecto del otro, la otra», detalló y lanzó nuevamente tres preguntas: «¿Cómo explicar que se lleven un auto con un niño o niña adentro y después lo arrojen a la calle? ¿Cómo explicar que maten después de robar? ¿Cómo explicar la violencia femicida que se ejerce impunemente y sin ningún tipo de límite? ¿Cómo explicar que quienes deben cuidar de la ciudadanía terminen matando?». Por eso, destacó que la reiteración de la pregunta “acaso soy yo guarda de mi hermano”, debe estar presente en el análisis sobre el modelo económico hegemónico que se promueve a nivel global, los tipos de producción y niveles de consumo, «así como la acumulación de capital que genera la aniquilación de vidas humanas, el ecosistema y la biodiversidad», describe.
Desde otra mirada, el concepto de límite es puesto también como «necesario», para que «podamos encontrar un límite que nos ayude a recuperar la hospitalidad y el deseo de vivir en comunión, reconociendo la dignidad de todas las personas y también de la creación». Lo que se hace posible, a través de una verdadera «conversión». Este concepto es puesto a la luz por la carta pastoral, a partir del concepto teológico de que «la expansión ilimitada y totalizante, no es otra cosa que la manifestación más evidente del pecado humano, que desea aniquilar a Dios, para ocupar su lugar». Por último, hizo un llamado a toda la Iglesia Evangélica del Río de la Plata y a cada una de las comunidades: «seamos un instrumento de Dios al servicio del anuncio de la obra de Cristo, de la cruz que redime, a fin de que sean muchos y muchas quienes podamos encontrar en ella una nueva vida, más humana y ecológica, poniendo fin a tanta violencia».