El culto -interpretado como un servicio divino– es el alma de una comunidad cristiana y ocupa el centro de su vida. Dios mismo reúne los creyentes bajo su Palabra, y estos responden con sus cantos y oraciones, con sus confesiones y alabanzas. Dijo Lutero al respecto: «El Señor nos habla por medio de su santa Palabra, y nosotros a El por las oraciones y los himnos».
Este servicio divino expresa, por un lado los beneficios que Jesucristo brinda a su iglesia mediante las dádivas de gracia, la palabra y los sacramentos (según Hebreos 8,2); por otro lado se refiere al servicio que la congregación brinda a Dios como expresión de agradecimiento y adoración en su plegaria y su ofrenda (según Romanos 15,16).
Los cultos pueden ser conducidos por un pastor, una pastora, un lector o una lectora, o alguien designado para su realización. Los servicios se celebran, por lo general, en el templo, pero esto no impide que por algún motivo se celebre en un galpón, domicilio particular, hospital, parque, espacio público, entre otros.