1° domingo de Adviento

El Señor juzgará entre las naciones y decidirá los pleitos de pueblos numerosos. Ellos convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces. Ningún pueblo volverá a tomar las armas contra otro ni a recibir instrucción para la guerra.

Isaías 2,4

Comenzar el tiempo de Adviento con este texto es gratificante, a la vez que desafiante.

Gratificante, pues nos habla de una transformación: la guerra y la violencia, cambiadas por la paz y el diálogo. Herramientas para matar y destruir, transformadas en herramientas para plantar y cosechar, para vivir.

Desafiante, porque nos resistimos a los cambios y, por alguna razón, pareciera que “ir al choque” es lo más rápido. Y “sembrar” no nos gusta mucho, pues hay que esperar para “cosechar”, y eso nos impacienta.

El tiempo de Adviento es un momento de reflexión y preparación para la venida al mundo de Dios hecho ser humano en Jesús. Y prepararnos implica ver cómo estamos, cómo nos sentimos. ¿Nos encontramos en “guerra” con nuestros prójimos? ¿Queremos cambiar nuestras actitudes belicosas por aquellas que quieran construir a través del diálogo? ¿Queremos perdonar o seguir encerrados en nuestro dolor?

Frente a estos interrogantes, Dios -a través de su palabra- nos acompaña para que no olvidemos que lo que él quiere es transformarnos con su amor y, en ese cambio, convertir todas las situaciones de dolor y muerte por aquellas que nos puedan sanar para que, en comunión, podamos disfrutar del regalo de la vida, el amor y la gracia de Dios.

Bajo la higuera y el parral se sentará la gente en paz; ya nadie la amedrentará porque el Señor la amparará. (Canto y Fe N° 245)

Joel A. Nagel

Salmo 122,1-9; Isaías 2,1-5; Romanos 13,11-14a; Mateo 24,37-44; Agenda Evangélica: Jeremías 23,5–8

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