Escúchenme todos, y entiendan: Nada de lo que entra de afuera puede hacer impuro al hombre. Lo que sale del corazón del hombre es lo que lo hace impuro.
Marcos 7,14-15
“De eso no debemos hablar en la iglesia”. “Los asuntos privados deben quedarse en casa, y los asuntos de la iglesia deben tratarse en la iglesia”. Es sorprendente cuántos temas diferentes reciben respuestas como estas en las iglesias. El problema con muchos de estos “asuntos privados” es que involucran situaciones dolorosas y traumáticas. Estas situaciones perjudican a las personas, y debido a que no se discuten ni pueden ser discutidas, muchas personas sufren en silencio sin encontrar un lugar para compartir sus preocupaciones y dolores. Si no podemos compartir estas cosas en la iglesia, ¿entonces dónde?
Jesús discutía con los fariseos porque no querían actuar ni hablar en forma «impura», pero eso era “puro cuento”. Jesús les reprocha que aunque se preocupaban por rituales como lavarse las manos y rezar, al final eran capaces de abandonar incluso a sus propias familias cuando más las necesitaban. Jesús expresaba esto con la idea de que Dios acepta a personas de todas las clases: viudas, pobres, huérfanos, prostitutas, fariseos, eunucos, niños, extranjeros y, en resumen, una amplia variedad de personas.
La fe en Dios implica escuchar, acompañar, anunciar y ayudar a las personas en sus vidas transformadas por Cristo. Nadie es tan diferente de otra persona como para no merecer el mismo amor de Dios, que se extiende por igual a todas las personas.
Te entregaste por nosotros, de tu cruz brotó la paz; por tu muerte ya vivimos, Jesucristo, en libertad. (Canto y Fe N° 54)
Jorge Weishein