15° domingo después de Pentecostés, 23° en el año.
(14° domingo después de Trinidad)

De nuevo, en verdad os digo, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra sobre cualquier cosa que pidiereis, os lo hará mi Padre que está en los cielos.
Mateo 18, 15 – 20

Las palabras de Jesús hablan de situaciones cotidianas donde hay divisiones, odios, y donde el perdón no se puede concretar. Es por eso que el relato bíblico nos muestra las formas en que debemos tratarnos unos a otros con sus profundas implicaciones. Nos dice: “Les aseguro que lo que ustedes aten aquí en la tierra, también quedará atado en el cielo, y lo que ustedes desaten aquí en la tierra, también quedará desatado en el cielo”. Es simplemente la consecuencia de perdonarnos unos a otros, es una profunda extensión y expansión de ese mismo acto de amor divino.
El amor es la única fuerza capaz de transformar a un enemigo en un amigo. Nunca nos deshacemos de un enemigo enfrentándonos al odio con odio. El odio destruye y derriba; por su propia naturaleza, el amor crea y edifica. El amor transforma y es vida.
Aquí está el centro del llamado de nuestro Señor a amarnos unos a otros: nos edificamos unos a otros. Amamos porque Dios ama, y ​​el amor de Dios reconcilia todas las cosas con él. Esta es la razón por la que debemos ver nuestras iglesias como lugares donde se experimenta el amor y el perdón, porque es en esos momentos de perdón dado y recibido en que compartimos la gran obra que Dios está haciendo en la vida de hombres y mujeres en todas partes.
Jesús nos llama a recordar que somos un pueblo perdonado, unidos unos a otros como hermanos y hermanas. Señor, ayúdanos a construir comunidades de fe con amor, con perdón, que buscan ser sanadas por ti. Amén.
Mario Gonzales

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