1º domingo después de Pentecostés – Trinidad

Oí la voz del Señor, que decía: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?” Y yo respondí: “Aquí estoy yo. Envíame a mí.”

Isaías 6,8

Isaías tiene una visión. Una visión que determina su respuesta al llamado del Señor. Él ya lo había elegido. Sólo faltaba su decisión.

Una decisión contundente y llena de coraje. Coraje que –seguramente – no era suyo. Le vino como regalo, como don de Dios, luego de su visión tan movilizadora.

Un serafín vuela hacia él con un carbón encendido y toca sus labios. Quema sus culpas para liberarlo del pecado y enciende una llama eterna: la luz del Señor que permanece encendida por medio de quienes lo anuncian y proclaman con fe que esa luz es capaz de vencer toda oscuridad.

La canción del testigo dice: Déjate quemar si quieres alumbrar. No temas, contigo estoy.

No se puede dar lo que no se tiene. Y es muy probable que a la hora de dar testimonio nos falte un poco (o mucho) de ese coraje que tuvo Isaías, lo que lo hizo responder con seguridad: Aquí estoy Señor, envíame a mí.

El fuego eterno del amor de Dios jamás podrá ser vencido. Su brasa sigue encendida para quemar todo aquello que no nos permite seguirle y servirle libremente. Su invitación a ser luz en nuestro tiempo sigue y seguirá siempre vigente.

El Señor nos llama una y otra de vez. Lo hace de diferentes formas. Nos resta a nosotros, como hijas e hijos suyos, sentirnos enviados.

Enviado soy de Dios, mi mano lista está a construir con él un mundo fraternal. Los ángeles no son enviados a cambiar un mundo de dolor en un mundo de paz. Me ha tocado a mí hacerlo realidad; ayúdame, Señor, a hacer tu voluntad. (Canto y Fe Nº 150)

Carlos Abel Brauer

Salmo 8; Génesis 1,1-2,4ª; 2 Corintios 13,11-13; Mateo 28,16-20; Agenda Evangélica: Isaías 6,1-13

Compartir!

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email
Share on print
Print