Padre santo, a los que me has dado, cuídalos en tu nombre, para que sean uno, como nosotros
Juan 17,11 (RVC)

El verso que compartimos forma parte del discurso del aposento alto y puntualmente de la oración sacerdotal de Jesús por su ministerio por los once discípulos y por quienes habrán de creer en El.
Jesús pide en la oración al Padre, tres cosas: protección, santificación y unidad.
La unidad es otorgada por el Espíritu; es una unidad que ya existe, es decir, no es necesario que la generemos, solo debemos «estar en Cristo» para experimentarla. Por lo tanto, trasciende la denominación a la que uno pertenezca.
Esto nos brinda una aplicación práctica en nuestra vida: los esfuerzos de los cristianos no deben enfocarse en crear unidad, sino en mantener la paz en el cuerpo de Cristo, que es su Iglesia, sin importar la denominación. Así lo establece el Apóstol Pablo en Efesios 4, 3, donde habla sobre la unidad del Espíritu, al decir: «Procuren mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz». Esto solo es posible a través del amor que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones, el cual nos ha sido dado.
Oremos: Padre, anhelo que tu Espíritu escudriñe mi corazón en lo que respecta a mi actitud hacia otras personas. Te agradezco porque no está en mi llamado generar la unión entre cristianos, sino más bien descubrir esa unidad que solo puede ser producida por el Espíritu Santo.
Y que somos cristianos lo sabrán, lo sabrán porque unidos estamos en amor (Canto y Fe Nº 296)

Omar Darío Dalinger

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