Domingo 12 de octubre

 

18° domingo después de Pentecostés

 

En su camino a Jerusalén, pasó Jesús entre las regiones de Samaria y Galilea. Y llegó a una aldea, donde le salieron al encuentro diez hombres enfermos de lepra.

 

Lucas 17,11-12a

 

En el camino de Jesús a Jerusalén, constantemente se encuentra con mucha gente que tiene diferentes historias y dolencias. Al llegar a una aldea, sana a leprosos que desde lejos le pidieron compasión, y por su fe fueron sanados. La compasión de Jesús se manifiesta al verlos, mientras que otras personas los excluían.
Así también, a lo largo de nuestras vidas, transitamos un camino en el que nos relacionamos con personas muy diversas: aquellas a las que enseñamos y de las que aprendemos, las que nos ayudan y a las que ayudamos, y otras que simplemente ignoramos o nos ignoran.
A veces hacemos oídos sordos o no vemos las necesidades de los demás, mientras que en otras ocasiones nadie ve lo que nosotros estamos necesitando. A veces excluimos o discriminamos, y en otras ocasiones somos excluidos.
Pero Jesús siempre está con nosotros, brindándonos fortaleza para sobrellevar nuestras dificultades, pérdidas y dolencias.
Estas personas enfermas que pidieron compasión no se quedaron quietas, no se resignaron a vivir en la oscuridad; buscaron a Jesús y uno de ellos regresó para dar gracias. De la misma manera, nosotros no podemos quedarnos inactivos; debemos buscarlo, conocer su mensaje para poder tener fe en él y aprender a agradecer cada día por la vida que nos ha dado.
Jesús elogia y reconoce la fe del excluido, del ignorado, y lo incorpora a la comunidad del camino: “Levántate y vete; por tu fe has sido sanado”. Esta es la verdadera fe que Jesús requiere.
“Yo confío el destino de mi vida al Dios de mi salud… El Señor es la fuerza de su pueblo, su gran libertador” (Canto y Fe número 217).

 

Mónica Rockembach

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