6° domingo de Cuaresma – Domingo de Ramos
Conforme Jesús avanzaba, la gente tendía sus capas por el camino.
Lucas 19,36
Hoy, Domingo de Ramos, recordamos que Jesús viene a su ciudad. No viene con un programa de ajuste, ni con tanques de guerra, ni con leyes que discriminan a algunos y benefician a otros. Viene con un programa en el que cada uno de nosotros puede ser simplemente un ser humano valioso, infinitamente amado por Dios. Así es el Reino de Dios.
La gente recibe a Jesús con aplausos, ramas de los árboles en las manos y palabras de cariño en la boca, con el corazón abierto. Se quitan sus mantos y los usan como alfombras para que pase el Rey. ¿Qué significa esto? En la época de Jesús, el vestido y la ropa no eran simplemente un pedazo de tela que embellece el cuerpo y oculta imperfecciones. La ropa era una parte integral de la personalidad y la protección de una persona. Despojar a alguien de su ropa no solo lo dejaba desnudo y con frío, sino que también era un acto de deshonra y humillación total. Por eso, la Ley del Antiguo Testamento establecía que se podía embargar cualquier propiedad, pero no se debía quitar el manto, que era lo último que protegía su dignidad. A Jesús lo dejaron desnudo en la cruz, como un acto de humillación y desprotección máximas.
La gente se quita voluntariamente el manto y lo coloca a los pies de Jesús. Tenían plena certeza de que su dignidad y su valor como seres humanos estaban en buenas manos.
Antes tenía una duda ‘casera’ importante: el polvo del camino ensuciaría la ropa y el burro dejaría huellas en esos mantos. ¡Segura- mente, eso era lo que menos les preocupaba! Aquellos que se exponían y permitían que los cascos del burro dejaran huellas en sus mantos lo hacían porque, de todos modos, Jesús ya había dejado sus huellas imborrables en sus vidas.
“Como en la entrada de Jerusalén todos cantamos a Jesús el rey, al Cristo vivo que nos llama hoy para seguirle con amor y fe” (Canto y Fe número 44).
Karin Krug