1º domingo después de Epifanía
Cuando Juan los estaba bautizando a todos, también Jesús fue bautizado; y mientras oraba, el cielo se abrió y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz del cielo, que decía: —Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido.
Lucas 3,21-22
¡Qué espectáculo! Esta es una de esas historias llena de “efectos especiales”, como para caerse de rodillas y quedarse sin palabras. El cielo que se abre, el Espíritu que desciende en forma de paloma, una voz que habla del cielo. Pero ante tanta fascinación por los efectos es-peciales, nos perderíamos de lo más importante. La voz del cielo dice algo que da sentido a toda la historia: Tu eres mi Hijo amado, a quien he elegido.
Hoy, tantos años después, debemos mantener vivas en nosotros esas palabras. ¿Querés saber cómo es Dios? ¿Te gustaría conocer su forma de ser y de actuar? Entonces recordá las palabras y obras de su Hijo amado. Ese Jesús, ese Salvador, que dio su vida por los sufrien-tes, por los enfermos, por los débiles, por los que fracasaron una y otra vez tras cada intento.
Es ese amor y entrega por medio de la que Jesús nos revela y nos muestra de qué manera Dios ama a este mundo y nos ama a nosotros. No son los efectos especiales lo importante, lo que perdura es el saber que en Jesús todos nosotros tenemos al rostro vivo de Dios en medio nuestro. En él conocemos el amor sin límites. ¡Que ese amor te sos-tenga y fortalezca cada día!
Gracias te doy, Señor. Gracias a la vida de Jesús puedo saber cuán-to nos amas. Gracias a sus palabras sé que tu amor no tiene límites. Gracias a sus obras, sé que estás a mi lado, caminando conmigo para fortalecerme en la fe cada día. ¡Gracias por la vida y el testimonio de Jesús! Amén.
Christian Stephan
Salmo 29,1-4.9-10; Isaías 42,1-9; Hechos 10,34-43; Lucas 3,15-22; Agenda Evangélica:
Romanos 12,1-3 (4-8)