3o  domingo de Cuaresma

Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré se convertirá en él en manantial de agua que brotará dándole vida eterna.

Juan 4,14

Lo que a mí me llama la atención en este texto es que se encuentran dos personas que piden agua uno al otro. Jesús le pide a la mujer de Samaria quien le responde confundida ¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides agua a mí, que soy samaritana? Y después de haber conversado un poco la mujer también le pide agua a Jesús. Ambos tienen en común el hecho de pedirse agua mutuamente. En el momento de tener sed ya no importa si un judío lo pide a una samaritana o al revés. Jesús nos muestra que no hay nadie a quien no se pueda pedir agua.

Los dos tienen sed. Pero el agua que se pueden ofrecer uno al otro es distinto. La mujer fácilmente puede sacar agua del pozo para Jesús pues ella lleva algo con que sacarlo. Jesús le puede dar agua viva. Agua que la deja sin volver a tener sed. Jesús es el bolso para sacar este tipo de agua del pozo, que es Dios – el pozo de pura vida.

Este encuentro entre Jesús y la mujer samaritana nos muestra que antes de poder calmar la sed uno al otro hay que averiguar de qué alguien tiene sed. No es así que a todos nosotros el mismo tipo de agua nos alivia. También vemos que un buen contacto puede calmar la sed de cada uno. Quizás ustedes conocen este sentimiento después de un lindo encuentro cuando uno realmente siente el manantial de agua que deja brotar las más bellas flores y árboles.

Annika Wilinski

Salmo 95; Éxodo 17,1-7; Romanos 5,1-11; Juan 4,5-42

Agenda Evangélica: Salmo 34,16-23; 1 Reyes 19,1-8(9-13a); Efesios 5,1-2(3-7)8-9;

(P) Lucas 9,57-62

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